Si ahora le toca a él. La camioneta se acerca. El suelo, bajo los anteojos de don Ho
racio, desaparece en incandescencias de tiza. Lo están alumbrando, le estan apuntando. No los ve, pero sabe que le apuntan a la nuca.

Esperan un movimiento. Tal vez ni eso. Tal vez le tiren lo mismo. Tal vez les extrañe justamente que no se mueva. Tal vez descubran lo que es evidente, que no está herido, que de ninguna parte le brota sangre. Una náusea espantosa le surge del estómago. Alcanza a estrangularla en los labios. Quisiera gritar. Una parte de su cuerpo -las rodillas, las muñecas, los pies- quisiera escapar enloquecida. Otra -la cabeza, la nuca- le repite: no moverse, no respirar.
¿Como hace para mantenerse quieto, para contener el aliento, para no toser, para no aullar de miedo?
Pero no se mueve. El reflector tampoco. Lo custodia, lo vigila, como en un juego de paciencia. Nadie habla en el semicírculo de fusiles que lo rodea. Pero nadie tira. Y así transcurren segundos, minutos, años...
Y el tiro no llega.
Cuando oye nuevamente el motor, cuando desaparece la luz, cuando sabe que se alejan, don Horacio empieza a respirar, despacio, despacio, como si estuviera aprendiendo a hacerlo por primera vez.
A su alrededor se dilatan infinitamente los ecos de la espantosa carnicería, las corridas de los prisioneros y los vigilantes, las detonaciones que enloquecen el aire y reverberan en los montes y caseríos mas cercanos, el gorgoteo de los moribundos.
Rodolfo Walsh
Operación masacre
2 comentarios:
Muy bueno. No hay que olvidar.
Yo tengo tanta memoria que me dicen resentido.
bueno.. cunata memoria ! jeje gracias por comentar.,
visitaste la maKina ??
saludoss
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